Los resultados del 20-D ofrecen una lectura política sobre la que no caben dudas: una inicial y rotunda mayoría de rechazo al PP y hacia Mariano Rajoy que se cifra en 227 contra 123.
Esa mayoría de rechazo amplia, plural, e incluso, variopinta se explica en una clave electoral negativa. Un altísimo porcentaje de españoles parecía saber bien lo que no quería.
Un politólogo francés, Pierre Rosanvallon, puso hace ya algunos años nombre a este fenómeno: la deselección. Más del 70% de los españoles no ha votado al PP, pero lo ha hecho en variadas y, a veces, opuestas direcciones.
Nunca -en la ya larga historia electoral de la democracia española- la primera fuerza política se ha situado debajo del 30%; y nunca, tampoco, el restante 70% ha estado más distribuido y menos concentrado: tres fuerzas de ámbito nacional entre el 14% y el 22% de votos.
Con estos mimbres los partidos están obligados –segunda derivada de la deselección– a hacer el cesto y ello exige una gestión acertada de la complejidad y capacidad para fabricar mayorías viables numérica y políticamente.
En este contexto, los 90 diputados del PSOE adquieren una relevancia extraordinaria que coloca al viejo partido del “abuelo” (Pablo Iglesias Posse) en una difícil encrucijada.
¿Cuál es la posición del electorado socialista? Esto es, ¿de sus bases sociales de apoyo?, ¿qué piensan del presente proceso negociador y qué actitud muestran de cara a posibles acuerdos y pactos?
Metroscopia realizó, los días 20 y 21 de enero, un sondeo que exploraba la visión de los españoles sobre las negociaciones para formar gobierno. Al poner el foco en aquellos que votaron al PSOE el 20-D se puede observar cómo se evalúa la manera en que Pedro Sánchez lleva actuando desde el día siguiente de las elecciones:
A la vista de los datos, la palabra que mejor define la imagen del electorado socialista es fractura, división en dos mitades. Y fractura tanto en la mirada sobre el presente (lo que el país necesita ahora) como –aún en mayor medida– en torno al futuro del propio partido socialista.
Si se acerca el foco al abultado 51% de los votantes socialistas que se muestran preocupados por el futuro del PSOE, se observan con mayor nitidez los rasgos de esta fractura. Una comparación entre la opinión del conjunto de los que votaron PSOE el 20-D y la de los que, entre ellos, se expresan en términos críticos con preocupación por el futuro del partido hace esa fractura muy evidente:
Estos datos retratan a una fracción del electorado que está defraudada con Pedro Sánchez en clave centrista, una mitad crítica que mira con desconfianza el acceso al poder si éste llega de la mano de Podemos y pone su otro ojo en Ciudadanos y en Albert Rivera.
El PSOE, obligado a elegir desde su innegable relevancia en el tablero, ha de tener en cuenta la existencia de una base electoral que, como revelan los datos, está seriamente dividida. Y la encrucijada tiene, como también reflejan los datos, dos dimensiones insoslayables: el presente y el futuro.